Guías o lecciones de la Escuela Sabática para el Estudio de la Biblia

Lecciones para adultos: "Hacer amigos para Dios: El gozo de participar en la misión"

Edición para maestros. Tercer trimestre (julio-septiembre) de 2020

Lección 2: "El poder del testimonio personal"

Para el 11 de julio de 2020

 

Reseña | Comentario | Aplicación a la vida

 

Ir ArribaRESEÑA

Texto Clave: Marcos 5:1-20.

Enfoque del estudio: Marcos 5:1-20; 16:1-11; Hechos 4:1-20; 26:1-32.

Hay un poder inusual en el testimonio personal. Cuando un individuo acepta a Cristo y su vida cambia drásticamente, la gente se da cuenta. No todas las conversiones son repentinas e instantáneas. Las historias de drogadictos que aceptan a Cristo, alcohólicos transformados por gracia, líderes empresariales materialistas y egocéntricos cambiados por el amor de Dios o adolescentes rebeldes convertidos, nos emociona escuchar; pero ciertamente no son los únicos ejemplos de conversión.

A veces, y tal vez aún más comúnmente, el Espíritu Santo trabaja suave y gradualmente en los corazones humanos. Hay quienes han sido criados en hogares cristianos santos que tienen una historia preciosa que compartir. Puede ser que nunca se hayan rebelado realmente contra Cristo, pero tampoco se hayan comprometido completamente con él. Sienten el movimiento de su Espíritu Santo en sus vidas y se comprometen totalmente con Dios. Su testimonio es tan poderoso como las historias de conversión más dramáticas y sensacionales. Ninguno de nosotros es cristianos de nacimiento. Como Jeremías dice con franqueza: “Engañoso es el corazón más que todas las cosas, y perverso; ¿quién lo conocerá?” (Jer. 17:9). El apóstol Pablo agrega, en Romanos 3:23: “Por cuanto todos pecaron, y están destituidos de la gloria de Dios”.

Debido a que cada uno de nosotros pecó y estamos “destituidos de la gloria de Dios” (Rom. 3:23), todos necesitamos la gracia de Dios. La conversión no es para unos pocos seleccionados. Es para todos nosotros, y porque lo es, todos tenemos una historia que contar. Tu historia no es mi historia, y mi historia no es tu historia, pero cada uno de nosotros, redimido por la gracia de Dios y conquistado por su amor, tiene un testimonio personal para compartir con el mundo.

 

Ir Arriba COMENTARIO

Aquí tienes la pregunta de trivia bíblica para hoy. ¿A quién envió Jesús como su primer misionero? ¿Fue Pedro, o posiblemente Santiago y Juan? ¿Quizá Tomás, Felipe o uno de los otros discípulos? La respuesta puede sorprenderte. No era ninguno de los nombres mencionados anteriormente.

El primer misionero que Cristo comisionó fue un hombre anteriormente poseído por demonios, ahora transformado por su gracia. Este testigo, poco factible, tuvo un poderoso impacto en Decápolis, diez ciudades mayormente al este del Mar de Galilea. El endemoniado había estado desesperadamente poseído por demonios durante años. Aterrorizaba la región y asustaba los corazones de los aldeanos que vivían en la zona. Sin embargo, en el fondo de su corazón había un deseo de algo mejor; un deseo que todos los demonios en el infierno no podían apagar.

A pesar de las fuerzas demoníacas que mantenían a este pobre hombre en cautiverio, Marcos 5 registra que cuando el endemoniado vio a Jesús, “corrió y lo adoró” (Mar. 5:6). La Escritura dice que este hombre estaba atormentado y poseído por una “legión” de demonios. Una legión es “la unidad individual más grande del ejército romano [...] en plenitud de fuerzas [consistía] en unos 6.000 soldados”, según la Archeological Study Bible [Biblia de Estudio Arqueológico], p. 1.633. En el Nuevo Testamento, el término “legión” representa un número vasto o enorme. Jesús nunca perdió una batalla con las fuerzas demoníacas, sin importar cuántas hubiera o cuán grande fuera su número. Cristo es nuestro Señor todopoderoso y victorioso; los demonios no son competencia para su gran poder.

El ministerio de Jesús es siempre un ministerio completo. Una vez que el endemoniado fue sanado, lo encontraron “sentado, vestido y en su juicio cabal” (Mar. 5:15). ¿De dónde sacó la ropa? Es probable que los discípulos compartieran sus prendas exteriores con él. Ahora estaba sentado atentamente a los pies de Jesús, escuchando sus palabras, absorbiendo ansiosamente las verdades espirituales. Estaba física, mental, emocional y espiritualmente completo. Su único deseo era seguir a Jesús ahora. Ansiaba convertirse en uno de los discípulos de Jesús.

El Evangelio de Marcos registra que el hombre anteriormente poseído por el demonio “rogaba” a Jesús que le permitiera entrar en el bote y viajar con él (Mar. 5:18). La palabra “rogar” es una palabra fuerte. Indica un deseo apasionado. Se puede traducir como “suplicar”, “implorar” o “rogar”. Significa hacer un llamamiento con emoción. Significa preguntar con intensidad.

La respuesta de Jesús es tan sorprendente como la conversión del endemoniado. Jesús sabía que este endemoniado, convertido y transformado, podía hacer más en esa región de lo que él y los discípulos podían hacer. El prejuicio contra Cristo era alto en esta región gentil, pero escucharían a uno de los suyos, especialmente uno con una reputación como la del endemoniado. Con el tiempo, estarían preparados para la visita de Cristo en una fecha posterior.

Por lo tanto, Jesús dijo: “Vete a tu casa, a los tuyos, y cuéntales cuán grandes cosas el Señor ha hecho contigo, y cómo ha tenido misericordia de ti” (Mar. 5:19). La respuesta del hombre fue inmediata: “Y se fue, y comenzó a publicar en Decápolis cuán grandes cosas había hecho Jesús con él; y todos se maravillaban” (5:20). La palabra “publicar”, en griego, es kerusso y puede traducirse “anunciar” o “proclamar”. En el breve tiempo que el endemoniado pasó con Jesús, su vida cambió tan radicalmente que tenía una historia que contar. Solo podemos imaginar el impacto que su testimonio tuvo en los miles de personas en las diez ciudades de la región de Gadara. Cuando Jesús regresó unos nueve o diez meses después, la mente de esta población mayormente gentil estaba abierta para recibirlo. (Ver DTG 307, 308.)

Hay una verdad eterna que no debe pasarse por alto en esta historia. Tampoco esta verdad debe verse ensombrecida por la conversión milagrosa, sensacional y dramática del endemoniado, por importante que sea. Cristo desea usar a todos los que vienen a él. El endemoniado no tuvo la ventaja de pasar tiempo diariamente con Jesús como lo hicieron los discípulos; no tuvo la oportunidad de escuchar sus sermones o presenciar sus milagros. Pero sí tuvo el único ingrediente indispensable para testificar: una vida cambiada. Tenía un conocimiento personal del Cristo viviente. Tenía un corazón lleno de amor por su Maestro. Esta es la esencia del testimonio en el Nuevo Testamento. Como Elena de White dice tan acertadamente: “Nuestra confesión de su fidelidad es el agente escogido por el Cielo para revelar a Cristo al mundo. Debemos reconocer su gracia como fue dada a conocer por los santos de antaño; pero lo que será más eficaz es el testimonio de nuestra propia experiencia. Somos testigos de Dios mientras revelamos en nosotros mismos la obra de un poder divino” (DTG 313). Los creyentes del Nuevo Testamento testificaron por Cristo a través de la singularidad de sus propias personalidades. Cada uno tuvo encuentros diferentes con Cristo, pero cada uno de estos encuentros los llevó a compartir con entusiasmo al Cristo que amaban.

En el estudio del lunes, “Proclamando al Cristo resucitado”, las dos Marías experimentan una transformación en la tumba. La última vez que vieron a Jesús, su cuerpo ensangrentado fue bajado de la cruz. Piensa en su desesperación en ese momento. Los últimos días fueron difíciles de creer. Ahora, con corazones temerosos y ansiosos por el futuro, se acercan a la tumba, preguntándose cómo sortearán a los guardias romanos y quién rodará la piedra para que puedan entrar en la tumba y ungir el cuerpo de Cristo.

Para su sorpresa, la tumba está vacía: Cristo está vivo. Un ser angelical anuncia: “Ha resucitado, [...] id pronto y decid a sus discípulos que ha resucitado” (Mat. 28:6, 7). El registro dice: “Entonces ellas, saliendo del sepulcro con temor y gran gozo, fueron corriendo a dar las nuevas a sus discípulos” (Mat. 28:8). Mientras corren para contar la historia, nuestro Señor resucitado se encuentra con ellas y exclama: “No temáis; id, dad las nuevas a mis hermanos, para que vayan a Galilea, y allí me verán” (Mat. 28:10). Las buenas noticias son para compartir. Los corazones llenos de su gracia y encantados por su amor no pueden callar.

La nota tónica del Nuevo Testamento es la de la testificación. Los Hechos de los Apóstoles son actos de testificación. Los discípulos testificaron de un Cristo que conocieron, uno a quien ellos experimentaron personalmente. ¿Es posible ser un testigo falso? Supongamos que fuiste llamado a un tribunal de justicia como testigo de algún accidente o delito. Supongamos también que no estuviste presente en la escena e inventaras una historia para ayudar a un amigo. Podrías ser encarcelado por mentir a la corte (perjurio). El juez y el jurado solo solicitan testigos con una experiencia personal de los acontecimientos. Quieren testigos genuinos, no impostores.

Solo el cristianismo genuino y auténtico puede captar la atención de esta generación. A menos que hayamos tenido una experiencia personal y real con Jesús, nuestro testimonio caerá en oídos sordos. No podemos compartir a un Cristo que no conocemos.

Los creyentes del Nuevo Testamento compartieron a un Cristo que conocían. Pedro y Juan se hacen eco de la realidad de los corazones convertidos cuando proclaman: “Porque no podemos dejar de decir lo que hemos visto y oído” (Hech. 4:20). Antes de la Cruz, Pedro era un discípulo vacilante pero seguro de sí mismo. La crucifixión y la resurrección de Cristo cambió su vida. Antes de la Cruz, Juan era uno de los “hijos del trueno”. Ese no es un título que le das a un hombre manso, humilde y tímido. Pero después de la crucifixión y la resurrección de Cristo, la vida de Juan cambió. Ni Pedro ni Juan pudieron permanecer en silencio; fueron transformados por gracia y amaban contar la historia.

Testificar no se trata de nosotros. No se trata de lo malos que éramos o de lo buenos que somos ahora después de conocer a Jesús. Se trata de Jesús. Se trata de su amor, su gracia, su misericordia, su perdón y su poder eterno para salvarnos. El apóstol Pablo nunca se cansó de testificar sobre lo que Cristo hizo por él, pero nunca se centró exclusivamente en lo malo que era, en cambio, se centró en lo bueno que era Dios. Haz que tu clase repase Hechos 26:1 al 28. Observa cómo el apóstol Pablo divide su testimonio en tres partes: su vida antes de conocer a Cristo, cómo conoció a Cristo y su vida después de encontrarse con Cristo.

 

Ir Arriba APLICACIÓN A LA VIDA

Supongamos que solo tuvieras unos minutos con un amigo que desea conocer a Cristo. ¿Cómo le darías un testimonio de tres minutos a un amigo que lucha por creer? ¿Qué consejos revela el testimonio de Pablo en Hechos 26? ¿Cómo te ayuda el bosquejo de su testimonio a dar el tuyo? ¿Qué papel jugaron las Escrituras del Antiguo Testamento en el testimonio de Pablo?

Escribe una oración debajo de cada uno de los siguientes títulos:

  1. ¿Cómo era tu vida antes de conocer a Cristo?

  2. ¿En qué momento de tu vida conociste a Cristo?

  3. ¿Qué diferencia ha hecho Cristo en tu vida?

Si has sido criado en un hogar cristiano, ¿hubo algún momento en tu vida en el que aceptaste conscientemente a Jesús como tu Señor y Salvador? Describe un momento en que lo sentiste trabajando poderosamente en tu vida.

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