Lecciones para adultos: "En el crisol con Cristo"
Edición para maestros. Tercer trimestre (julio-septiembre) de 2022
Lección 12: "Morir como una semilla"
Para el 17 de septiembre de 2022
Reseña | Comentario | Aplicación a la vida
Enfoque del estudio: 1 Samuel 2:12–3:18; 13:1–14; Zacarías 4; Romanos 12:1, 2; Filipenses 2:5–9.
Introducción:
La muerte es un elemento fascinante en todas las religiones. En el cristianismo bíblico, la muerte tiene dos connotaciones. Por un lado, la muerte es el resultado y el castigo por el pecado. Por otro lado, nuestra vida con Dios comienza con la muerte: la muerte al pecado. Solo cuando experimentamos esta muerte al pecado podemos disfrutar plenamente de la vida en el Reino de Dios. La muerte al pecado nos lleva a vencer y enfrentar la muerte definitiva, que es el resultado del pecado. Pero ambos eventos son posibles debido a la muerte de Cristo en nuestro lugar.
Temática de la lección:
La lección de esta semana destaca dos temas principales:
La muerte al pecado establece el contexto para el Espíritu Santo y su presencia. El Espíritu mismo implementa personalmente la transformación de nuestro carácter a la imagen de Jesucristo, y nos da poder para llevar una vida de servicio abnegado y de obediencia a Dios.
Si no experimentamos la muerte al pecado, continuaremos una vida de egocentrismo y de servicio egoísta; una vida de pecado que, de hecho, conduce a la muerte.
El árbol del conocimiento del bien y del mal (Gén. 2:9, 17)
¡Qué nombre para un árbol! Pero Dios designó al árbol con este nombre en el Jardín del Edén cuando instruyó a nuestros padres sobre cómo preservar su vida: “De todo árbol del huerto podrás comer; mas del árbol de la ciencia del bien y del mal no comerás; porque el día que de él comieres, ciertamente morirás” (Gén. 2:16, 17).
Hay dos aspectos que son importantes para nuestro análisis. En primer lugar, el texto bíblico no indica que hubiese alguna sustancia venenosa ni psicoactiva en el fruto del árbol prohibido.
Al contrario, Dios creó todo “bueno”, y “bueno en gran manera”; no creó nada incompleto, imperfecto, malo ni malvado (Gén. 1:21, 31; ver también Gén. 2:1-3). El pecado y el mal no estaban presentes en la creación perfecta de Dios, sino que “entr[aron] en el mundo” por el acto de Adán y de Eva (Rom. 5:12). Además, durante la tentación, la serpiente insiste en que, si Eva come del árbol prohibido, “serán abiertos vuestros ojos” y “seréis como Dios, sabiendo el bien y el mal” (Gen 3:4, 5). Eva, entonces, vio “que el árbol era bueno para comer, y que era agradable a los ojos, y árbol codiciable para alcanzar la sabiduría”, y comió y le dio a su esposo también (Gén. 3:6). El resultado del consumo de la fruta prohibida fue que “fueron abiertos los ojos de ambos, y conocieron que estaban desnudos” (Gén. 3:7). Además, el árbol no se llama “el árbol del conocimiento” de Dios ni del conocimiento, en general, sino “el árbol del conocimiento del bien y del mal” (NVI), lo que lo relaciona con la moral.
Por lo tanto, el nombre del árbol y la narración de Génesis 2 y 3 indican que lo que cambió fue la perspectiva de Adán y de Eva, su punto de vista, su actitud y su relación con Dios. Su decisión fue una cuestión de desobediencia moral o de rebelión en contra de Dios. La expresión “conocer el bien y el mal” en la Biblia se refiere a la madurez moral, cuando una persona se vuelve adulta y autónoma, o un juez moral (ver Deut. 1:39; 2 Sam. 14:17; 1 Rey. 3:9; Isa. 7:16; Heb. 5:14). La cuestión en torno al árbol del conocimiento del bien y del mal era quién era el juez y quién era la fuente y la norma de la moralidad. Al prohibirles comer del fruto del árbol, Dios se constituyó como la Fuente suprema de moralidad en la Tierra de la misma manera que lo era en el universo. Al comer del árbol, Eva y Adán decidieron que ellos eran la fuente de la moralidad. Una cosa es que alguien ejerza la moralidad y distinga entre el bien y el mal a través del prisma de la revelación de Dios (Deut. 30:14-16; 2 Sam. 14:17 1 Rey. 3: 9; Heb 5:14). Pero otra cosa es autodefinirse como la fuente y la norma de la moralidad en contra de la revelación y el mandato de Dios; hacer esto equivale a autoproclamarse Dios, rebelarse contra Dios y querer derrocar su Trono.
Esto es exactamente lo que sugirió la serpiente (Gén. 3:4, 5), y esto es exactamente lo que Satanás había hecho en el cielo y continúa haciendo en la Tierra (Isa. 14:13, 14; Eze. 28:2, 12-17). Por lo tanto, la serpiente le sugirió a Eva que, al comer del fruto prohibido, “serán abiertos vuestros ojos, y seréis como Dios, sabiendo el bien y el mal” (Gén. 3:5). Este ser “como Dios” no significó volverse de naturaleza divina, sino ser la fuente de su propia moralidad, y definir por propia cuenta lo que es bueno y lo que es malo. Esta independencia es autosuficiencia y autonomía de Dios, un acto de sedición que constituye reemplazar a Dios o sustituirlo, por nosotros mismos o por alguien o algo más.
En segundo lugar y, por consiguiente, comer del árbol del conocimiento del bien y del mal, rebelarse en contra de Dios e intentar sentarse en su Trono, conduce a la muerte. Es por eso que inmediatamente Dios les advirtió a Adán y a Eva que comer del árbol prohibido conduce a la muerte (Gén. 2:17). Dios es la única Fuente de vida (Gén. 2:7; Deut. 30:20; Juan 1:1-4; 4:13, 14; 6:32-35; 11:25-27; 15:1-5; Rom, 6:23; Col, 1:16, 17). Que una criatura se siente en el Trono de Dios equivale a alejarse de la única Fuente de vida, que es lo mismo que entregarse a la muerte.
Pero esa muerte no es una muerte habitual. Es una separación voluntaria de Dios, una decisión de no vivir según el gobierno de Dios (1 Juan 3:4; Isa. 14:9, 10, 16; Eze. 28:2, 9, 16, 17). Esta separación es la esencia del pecado y de la muerte. No sabemos qué habrán pensado Adán y Eva cuando escucharon la palabra “muerte”, pero seguramente pensaron en algo sombrío. Pero nosotros, después de más de seis mil años de pecado, sabemos muy bien que la muerte es una tragedia.
La muerte como solución a... la muerte
¿Existe una solución para la muerte? ¡Sí! Y lo sabemos por la esencia del evangelio: “La paga del pecado es muerte, mas la dádiva de Dios es vida eterna en Cristo Jesús Señor nuestro” (Rom. 6:23). Sin embargo, ¿cómo recibimos este regalo de la vida eterna? Paradójicamente, el regalo de la vida eterna viene acompañado de... ¡la muerte! Aquí se denotan dos tipos de muerte. En primer lugar, Jesucristo murió en nuestro lugar y por nosotros; él tomó nuestra muerte sobre sí mismo y nos dio la esperanza de la vida eterna (Juan 3:16; Rom. 3:25; 5:8; 2 Cor. 5:21; 1 Ped. 1:18-20). En segundo lugar, también se indica nuestra propia muerte. Pero esta muerte no es un castigo por el pecado; Jesús murió esa muerte en nuestro lugar. Más bien, nuestra muerte es al pecado mismo. Es necesaria esta muerte (al pecado) si queremos disfrutar de la vida eterna y del Reino de Dios. El pecado es un poder controlador que nos mantiene separados de Dios (Rom. 7:18-20, 23, 24). Para salvarnos de su poder, ¡necesitamos morir al pecado y estar vivos para Jesús y el Espíritu Santo (Rom. 7:4-6)! El bautismo simboliza esta muerte (Rom. 6:1-4). Pablo presenta la descripción más hermosa de este proceso: “Porque si fuimos plantados juntamente con él en la semejanza de su muerte, así también lo seremos en la de su resurrección; sabiendo esto, que nuestro viejo hombre fue crucificado juntamente con él, para que el cuerpo del pecado sea destruido, a fin de que no sirvamos más al pecado. Porque el que ha muerto, ha sido justificado del pecado. Y si morimos con Cristo, creemos que también viviremos con él; sabiendo que Cristo, habiendo resucitado de los muertos, ya no muere; la muerte no se enseñorea más de él. Porque en cuanto murió, al pecado murió una vez por todas; mas en cuanto vive, para Dios vive. Así también vosotros consideraos muertos al pecado, pero vivos para Dios en Cristo Jesús, Señor nuestro” (Rom. 6:5-11).
Con “muertos al pecado”, la Biblia quiere decir exactamente eso. No dice que conseguimos la vida eterna muriendo literalmente. No podemos pagar nuestros pecados con nuestra propia muerte. No hay mérito salvífico en nuestra muerte. La única muerte literal que cuenta para nuestra salvación es la muerte de Jesucristo en la Cruz. La Biblia tampoco usa “muertos al pecado” para comunicar una indiferencia hacia el mundo, como en el budismo, por ejemplo. Dios creó el mundo perfecto para nuestro gozo y para que lo cuidemos (Gén. 1:26-28; 2:15).
La muerte al pecado, entonces, significa aceptar el señorío de Dios y la obra del Espíritu Santo en nuestra vida, y rechazar el control del pecado (Rom. 8:1-11). Disfrutamos al obedecer a Dios y servirlo. Somos transformados a la imagen y la mente de Cristo, quien no consideró aferrarse al poder, sino que se inclinó hacia la Tierra y adoptó nuestra condición y nuestro lugar con el propósito de salvarnos (Fil. 2:2-8).
Es cierto que tenemos lo que llamamos derechos fundamentales. Pero vivimos en un mundo de pecado muy complicado, un mundo que, la mayoría de las veces, tiende a ignorar o pisotear nuestros derechos. Vuelve a leer Filipenses 2:1 al 9. ¡La encarnación del Hijo fue el crisol de los crisoles! El ejemplo de Jesús, ¿cómo te ayuda a transitar los diversos crisoles causados por el pecado, aunque esto signifique perder tus derechos fundamentales? ¿Cuál es el elemento crucial para ti en este pasaje que cambia tu perspectiva sobre cómo superar las pruebas de la vida?
La historia de Samuel es más que meramente escuchar como un acto auditivo de registrar las palabras que alguien nos dirige; se trata de obedecer a lo que escuchamos. El mismo nombre del profeta significaba “Dios oyó” (ver 1 Sam. 1:20). Dios oyó y fue misericordioso con Ana (1 Sam. 1:17, 19, 20, 27). Samuel escuchó y obedeció a Dios. Al darse cuenta de que Samuel al principio no reconocía la voz de Dios, Elí enseña a Samuel cómo relacionarse con Dios: “Habla, Jehová, porque tu siervo oye” (1 Sam. 3:9). De hecho, el resto del libro de Samuel (en realidad, toda la Biblia) tiene que ver con escuchar y obedecer, o la falta de obediencia: en algún momento, la gente dejó de escuchar a Dios y, por lo tanto, Dios dejó de escucharla. Un gran problema en nuestra vida es que nos escuchamos unos a otros, escuchamos a Dios (a través de su Revelación), pero podríamos no tomar en serio sus palabras o desobedecerlas. ¿Cómo puedes oír y escuchar mejor a los miembros de tu familia? ¿Cómo puedes escuchar y obedecer mejor a Dios? Piensa en tres formas de mejorar significativamente tu manera de escuchar y relacionarse con los demás y con Dios.
Lecciones de la Escuela Sabática
Estudie la palabra de Dios a través de las Guías o lecciones de la Escuela Sabática.
Si, pues, habéis resucitado con Cristo, buscad las cosas de arriba, donde está Cristo sentado a la diestra de Dios. Colosenses 3:1.
Libros de Lecturas Devocionales
- A Fin de Conocerle. Hoy con la lectura Fieles en lo poco basada en Lucas 16:10.
- Cada día con Dios. Hoy con la lectura Preparémonos para la inmortalidad basada en 1 Juan 5:4.
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