Lecciones para adultos: "En el crisol con Cristo"
Edición para maestros. Tercer trimestre (julio-septiembre) de 2022
Lección 5: "Calor extremo"
Para el 30 de julio de 2022
Reseña | Comentario | Aplicación a la vida
Enfoque del estudio: Génesis 22; Job 1:6–2:10; Isaías 43:1–7; Oseas 2:1–12, 2 Cor. 11:23–29.
Introducción:
La lección de esta semana se centra en varios ejemplos bíblicos que nos ayudan a comprender mejor el “porqué” del sufrimiento y el “cómo” de vencer el mal y el sufrimiento. El ejemplo de la disposición de Abraham a sacrificar a su propio hijo en obediencia a Dios nos indica una confianza incondicional en Dios, aun cuando los mandatos de Dios no tengan sentido aparente. La dolorosa relación de Oseas con su esposa infiel revela el sufrimiento de Dios causado por nuestra infidelidad, su presencia continua en nuestra vida y su obra para restaurar las relaciones con un pueblo descarriado. La decidida lealtad de Job a Dios, aun cuando su propia esposa lo instaba a maldecir a Dios, nos enseña que evitar el sufrimiento y la muerte no es el objetivo final de la vida. Junto con Job, Pablo nos enseña que el amor y la fidelidad a Dios, a su Reino y a su misión en el mundo es la experiencia más satisfactoria de la vida cristiana. Por supuesto, hay cosas que no entendemos. Pero el cristiano experimenta el sufrimiento y la muerte armado con la perspectiva del apóstol Pablo sobre la lucha: “¿Quién nos separará del amor de Cristo? ¿Tribulación, o angustia, o persecución, o hambre, o desnudez, o peligro, o espada?” (Rom. 8:35).
Temática de la lección:
La lección de esta semana destaca dos temas principales:
Primeramente, nos ocuparemos de un estudio profundo de ejemplos relevantes de sufrimiento que nos ayudarán a entender por qué Dios permite el sufrimiento en nuestras experiencias.
Nuestro segundo tema se relacionará con algunas ilustraciones vívidas de la historia de Abraham e Isaac en el monte Moriah, y de qué manera padre e hijo sobrevivieron a sus crisoles, aprendiendo y creciendo mediante estas experiencias.
El sufrimiento de Dios con nosotros
En la segunda mitad del siglo XX, la teología del proceso propuso una nueva teodicea, o explicación de cómo se originó el mal y cómo es que existe en el Reino del Dios que es todo amor, todopoderoso y perfectamente justo. Los teólogos del proceso (como John B. Cobb [h]) visualizan un universo compuesto por entidades libres y autocreadoras comprometidas en un proceso continuo y progresivo de construir un mundo en constante cambio. Sin embargo, dado que estas entidades también piensan que el poder de Dios es limitado, concluyen que el mal y el sufrimiento de alguna manera han surgido de este complejo proceso de construcción. Lo único bueno que nos puede ofrecer la teología del proceso es que Dios se compadece de nosotros y sufre con el universo. Él no puede erradicar el mal porque no puede entrometerse en nuestra libertad, pero trabaja para persuadir a todas las entidades del universo entero para que avancen hacia un equilibrio de armonía, creatividad y gozo.
Este tema del sufrimiento de Dios con nosotros a menudo se ha usado fuera de los círculos de los teólogos del proceso. Sí, el concepto del sufrimiento de Dios con nosotros es esencial para nuestra comprensión del evangelio, pero debe entenderse correctamente a la luz de la verdad bíblica. La mayor amenaza del concepto de que Dios sufre con nosotros es que se ha convertido en una teodicea en sí misma, y excluye otros aspectos importantes de la teodicea bíblica.
Por más que estas ideas sean innovadoras, la teología del proceso y su teodicea son incompatibles con la revelación bíblica y los cristianos que creen en la Biblia no pueden aceptarlas. Sí, en nuestro mundo caído, el sufrimiento es real e inevitable. Y sí, Dios sufre con nosotros. Pero esta realidad no es el final de la historia. Uno de los tantos problemas de la teología del proceso es su especulación de que el mal está intrínsecamente relacionado con la creación; la teología del proceso es de naturaleza evolutiva. En contraste, la explicación bíblica es que el mal no es “natural”; no pertenece al orden original de la creación ni de la naturaleza. El mal se opone al carácter de Dios, a su amor y justicia. Dios creó un mundo perfecto, una naturaleza perfecta, animales y seres humanos perfectos.
El hecho de que Dios nos haya creado libres no hace del mal un elemento necesario, por lo que los siguientes tres puntos son especialmente relevantes: 1. El mal tiene sus raíces en la libertad y en los agentes morales de los seres libres, como los ángeles y los seres humanos. 2. El mal afectó y afecta la naturaleza, pero no surge de ella. 3. El mal no es eterno ni coeterno con Dios ni con la creación (la intención de la creación era que fuera perfecta [y en realidad lo era], y sin maldad, al principio); el mal llegó a la existencia debido a nuestro abuso de la libertad, pero la amorosa y poderosa intervención de Dios le pondrá fin para librar al universo de su existencia y amenaza.
Por lo tanto, debido a que su naturaleza es amor, Dios realmente sufre con nosotros, y comparte con nosotros los crisoles que nos hemos buscado nosotros mismos, sobre la naturaleza y sobre todo su Reino. Pero Dios no sufre de forma impotente, como si no pudiera hacer nada porque el mal es parte del surgimiento evolutivo y el crecimiento del universo. ¡No! Dios hizo algo con el mal, y lo sigue haciendo. Él asumió la última consecuencia del pecado sobre sí mismo en Cristo y está obrando activamente para contrarrestar el mal. Llama a todos a aceptar su gracia y a prepararse para volver a su Reino, del que erradicará el mal para siempre.
El sacrificio de Isaac
El mandato divino de sacrificar a Isaac fue un mandato único con propósitos múltiples. Por un lado, el llamado de Dios a Abraham fue una prueba. Elena de White escribe que en el monte Moriah Dios probó la fidelidad de Abraham: “Los seres celestiales fueron testigos de la escena en que se probaron la fe de Abraham y la sumisión de Isaac. La prueba fue mucho más severa que la impuesta a Adán. La obediencia a la prohibición hecha a nuestros primeros padres no entrañaba ningún sufrimiento; pero la orden dada a Abraham exigía el sacrificio más agonizante. Todo el cielo presenció, absorto y maravillado, la intachable obediencia de Abraham. Todo el cielo aplaudió su fidelidad. [...] El pacto de Dios, confirmado a Abraham mediante un juramento ante los seres de los otros mundos, atestiguó que la obediencia será recompensada” (PP 151).
Por otro lado, el mandato de Dios era más que una prueba. Por cierto, su propósito principal era triple: una revelación, una profecía y una tipología. Dios quería enseñar a Abraham, y a toda la humanidad, acerca del sacrificio qué él hizo de su Hijo por nosotros (Juan 3:16). Elena de White enfatiza este aspecto en varios de sus escritos. En El Deseado de todas las gentes, afirma: “Abraham había deseado mucho ver al Salvador prometido. [...] Y vio a Cristo. [...] Vio su día, y se gozó. Se le dio una visión del sacrificio divino por el pecado. Tuvo una ilustración de ese sacrificio en su propia vida. Recibió la orden: ‘Toma ahora tu hijo, tu único, Isaac, a quien amas [...] y ofrécelo [...] en holocausto’ (Gén. 22:2). Sobre el altar del sacrificio colocó al hijo de la promesa, el hijo en quien se centraban sus esperanzas. Luego, mientras aguardaba junto al altar con el cuchillo levantado para obedecer a Dios, oyó una voz del cielo que le decía: ‘No extiendas tu mano sobre el muchacho, ni le hagas nada; porque ya conozco que temes a Dios, por cuanto no me rehusaste tu hijo, tu único’ (Gén. 22:12). Se le impuso esta terrible prueba a Abraham para que pudiera ver el día de Cristo y comprender el gran amor de Dios hacia el mundo, tan grande que para levantarlo de su degradación dio a su Hijo unigénito para que sufriera la muerte más ignominiosa” (DTG 434).
En otra parte, Elena de White reúne los dos propósitos del mandato de Dios en Génesis 22: “Fue para grabar en la mente de Abraham la realidad del evangelio, así como para probar su fe, que Dios le mandó sacrificar a su hijo. La agonía que sufrió durante los oscuros días de aquella terrible prueba fue permitida para que comprendiera por su propia experiencia algo de la grandeza del sacrificio hecho por el Dios infinito en favor de la redención del hombre. Ninguna otra prueba podría haber causado a Abraham tanta tortura como la que le ocasionó el ofrecer a su hijo. Dios dio a su Hijo para que muriera en la agonía y la vergüenza. A los ángeles que presenciaron la humillación y la angustia del Hijo de Dios no se les permitió interponerse, como en el caso de Isaac. No hubo voz que clamara: ‘¡Basta!’ El Rey de la gloria dio su vida para salvar a la raza caída. ¿Qué mayor prueba se puede dar del amor y la compasión infinitos de Dios? ‘El que no escatimó ni a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros, ¿cómo no nos dará también con él todas las cosas?’ (Rom. 8:32)” (PP 150).
Si el propósito principal de Génesis 22 era parte de la revelación de Dios acerca de su plan de salvación, es importante enfatizar que el mandato divino a Abraham fue un evento profético singular, único en la historia del mundo. Mediante esta experiencia única de Abraham, Dios ha comunicado de manera eficiente su plan para salvar a la humanidad mediante el sacrificio sustitutivo de Jesucristo. Por lo tanto, nadie más en la historia de la humanidad ha recibido, ni recibirá jamás, ese mandato de volver a sacrificar a otro ser humano. Incluso en el caso de Abraham, el sacrificio de Isaac fue reemplazado inmediatamente por un sacrificio animal. Por esta razón, la experiencia de Abraham no puede asociarse justificadamente con la antigua práctica del sacrificio de niños ni con ningún abuso infantil, antiguo o contemporáneo.
Otro aspecto importante de esta experiencia es la participación y la reacción misma de Isaac en esta experiencia. Si bien nos concentramos en la angustia y el sufrimiento de Abraham, debemos señalar que esta experiencia también fue el crisol de Isaac, y su reacción es inestimable. De hecho, podría haber reaccionado de muchas maneras, como tildar de viejo loco a su padre o escapar corriendo. Pero Isaac no lo hizo. Su educación basada en la fidelidad y la confianza en Dios y en su padre hace de Isaac un ejemplo perfecto para el cristiano que atraviesa crisoles. Elena de White destaca este aspecto en una narración colorida de esta escena:
“Abraham, [...] en obediencia a la orden divina [...], prosigue su viaje junto con Isaac. Ve delante de sí la montaña que Dios le ha prometido señalar como lugar donde debe ofrecer su sacrificio. Saca la leña del hombro de su siervo, y la pone sobre Isaac, el que ha de ser ofrecido. Ciñe su alma con firmeza y severidad llena de agonía, dispuesto a realizar la obra que Dios le exige que haga. Con corazón angustiado y mano enervada toma el fuego, mientras que Isaac pregunta: ‘Padre mío [...] He aquí el fuego y la leña; mas ¿dónde está el cordero para el holocausto?’ Pero, oh, Abraham no puede decírselo en ese momento.
“El padre y el hijo construyen el altar, y llega para Abraham el terrible momento de dar a conocer a Isaac lo que ha hecho agonizar su alma durante todo el largo viaje, a saber, que Isaac mismo es la víctima. Isaac ya no es un niño; es un joven adulto. Podría rehusar someterse al designio de su padre, si quisiera hacerlo. No acusa a su padre de locura, ni siquiera procura cambiar su propósito. Se somete. Cree en el amor de su padre y sabe que no haría el terrible sacrificio de su único hijo si Dios no se lo hubiera ordenado” (HHD 207).
Comparte tres principios de la historia de Abraham e Isaac que te muestren cómo superar los crisoles.
¿Cómo respondieron Job y Oseas a su sufrimiento? ¿Qué pueden enseñarte sus respuestas sobre cómo superar una encrucijada?
Lecciones de la Escuela Sabática
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Y volveré mi mano contra ti, y limpiaré hasta lo más puro tus escorias, y quitaré toda tu impureza. Isaías 1:25.
Libros de Lecturas Devocionales
- A Fin de Conocerle. Hoy con la lectura El precio de la perfección basada en Hebreos 2:10.
- Cada día con Dios. Hoy con la lectura Poned la mira en el cielo basada en Colosenses 3:2-4.
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