Aquí está Dios

El autor(a) Mtro. Luis A. Amador Morales.

Categoría: Artículos, Estudios, Investigaciones

La llegada del año 2000 estuvo rodeada de mitos, porque hoy la esperanza del hombre es un “¡Ojalá!”, ve su futuro como algo incierto. Este es el fruto del desconocimiento de las grandes verdades bíblicas que harían renacer su cosmovisión.

Cuando ejercía mi anterior profesión un día llegué a mi oficina y un rato después entró la Jefa de Departamento, devota a su religión y muy preparada. Mi saludo prácticamente fue este: “¿Dónde está Jesús hoy? Su respuesta resultó: “En el cielo”. Le dije: “Sí, pero ¿en qué parte del cielo está Jesús hoy?” Respondió: “Pues, no sé”. Entonces añadí: “En el santuario celestial. Hubo un santuario en la tierra, pero hay un santuario en el cielo”.

En nuestros días muchos desconocen la realidad del santuario donde Cristo, como sumo sacerdote, ministra a favor de su pueblo. Otros minimizan este asunto. Por eso, en este artículo, haremos un recorrido por los santuarios bíblico-terrenales enfocándonos en Jesús. Luego nos centraremos en el santuario celestial junto a los beneficios de aceptar la realidad de su existencia. Todo esto con la marcada intención de que el lector, al levantar sus ojos al cielo, tenga una firme y clara esperanza en “Cristo el Señor”.

Los santuarios terrenales

La puerta del Edén. Con la entrada del pecado el huerto de Edén no fue le quitado instantáneamente a los hombres; permaneció por generaciones entre ellos (Génesis 3:23, 24; 4:16). “A la puerta del paraíso. . . iban los primeros adoradores a levantar sus altares y a presentar sus ofrendas”.1  Aparentemente, según Génesis 3:24, en dicho lugar del jardín había “una espada encendida” en movimiento. Pero una traducción más exacta sería que había “un fulgor de la espada”. No había espada alguna, sino un centro brillante que emitía luz.2  ¿Qué era esa asombrosa luz? La gloria de Dios rodeada por querubines: La santa Shekinah.

El Génesis no establece un lugar específico del Edén para la adoración antes de la caída. Después del suceso vemos a Adán y a su descendencia adorando a la puerta del Edén. Era algo así como el primer santuario al aire libre donde se manifestaba de forma luminosa la presencia de Dios.

El tabernáculo del desierto. En Hebreos 9:9 la palabra griega para el santuario y sus servicios es parabolé (parábola o símbolo de realidades futuras). Este santuario ilustraba la obra intercesora de Cristo y el evangelio.3  Era una lección objetiva de las verdades espirituales y eternas de parte de Dios para el pueblo.4  Dios estuvo en él, pues “Encima del propiciatorio estaba la Shekinah, o manifestación de la divina presencia; y desde en medio de los querubines Dios daba a conocer su voluntad”.5

El templo de Salomón. David lo planificó pero su hijo Salomón lo construyó. Permaneció unos 400 años hasta que Nabucodonosor lo destruyó en el 586 a.C. En este templo la gloria divina siguió morando en la santa Shekinah sobre el propiciatorio.6

El templo de Ezequiel. Nunca existió, el profeta lo contempló en visión (Ezequiel 40:1-43:27). Pero arroja luz sobre la estructura del templo de Salomón y el diseño que tendrían los templos de Zorobabel y Herodes.7

El templo de Zorobabel. Con el decreto de Ciro II el Grande (538 a.C.) se inició la reconstrucción del templo. Tristemente los conflictos internos llevaron a detener la obra. Más tarde, con el decreto de Darío I Histaspes (519 a.C.) se terminó la reconstrucción hacia el 516-515 a.C..8  Los promotores fueron Hageo, Zacarías, Josué y Zorobabel.

Este segundo templo no tuvo la gloria del templo de Salomón, ni el fuego del cielo para consumir el sacrificio en su dedicación, ni el arca con el propiciatorio y las tablas de la ley, ni la Shekinah entre los dos querubines. Pero Dios prometió solemnemente diciendo: “llenaré de esplendor esta casa” (Hageo 2:7), “El esplendor de esta segunda casa será mayor que el de la primera” (Hageo 2:9).

El templo de Herodes. Se inició en el 20-19 a.C., aunque las obras de decoración y embellecimiento prosiguieron hasta el 62-64 d.C.9  En este edificio se cumplió la profecía dada a través de Hageo, pues “El Deseado de todas las gentes” había llegado de veras a su templo, cuando el hombre de Nazaret enseñó y curó en los atrios sagrados”.10  El segundo templo excedió al primero al ser honrado con la presencia de Jesús durante su ministerio. Él era ahora la Shekinah viviente, la habitación visible de Jehová. Este plantel fue destruido en el año 70 d.C. por las tropas romanas.

El santuario celestial

El santuario celestial fue el modelo para el santuario terrenal (Éxodo 25:8, 40). Tanto el Antiguo Testamento (2 Crónicas 30:27; Salmos 102:19 y 11:4) como el Nuevo Testamento (Hebreos 8:2 y 9:11, 12, 24; Apocalipsis 11:19 y 15:5) enseñan explícitamente que en el cielo hay un santuario. Es “un lugar real..., y no una metáfora o abstracción. El  santuario celestial es la morada primaria de Dios”.11

Según la profecía bíblica (Daniel 8:14; 9:21-27), en 1844 Cristo comenzó el juicio investigador en este santuario. En tal proceso Él examina los registros de vida de sus seguidores profesos en la historia, borra el pecado de aquellos que han sido consistentes con la fe que profesaban y prepara las condiciones para su pronto regreso.12

Aceptar la realidad del santuario celestial y del ministerio de Cristo allí da sentido a nuestra fe13, imparte fuerzas para resistir la tentación14, magnifica la ley de Dios15, influye en las leyes del país16, infunde sentido de misión tal y como aparece en el Mensaje de los Tres Ángeles (Apocalipsis 14:7-12)17, reafirma el gran tema de que Dios está de nuestra parte y que busca nuestro compañerismo, permite que la esperanza en el retorno de Cristo permanezca viva e indica que su segunda venida no puede estar muy lejos.18

Conclusiones

Un recorrido sistemático a través de la Biblia nos muestra que en los santuarios bíblico-terrenales ha estado ilustrado el Plan de Salvación. El primer lugar específico después de la caída fue la puerta del Edén. Luego, el modelo se repitió en el Tabernáculo del Desierto, el Templo de Salomón, el de Zorobabel y el de Herodes. En cada uno de ellos la manifestación del Cristo preexistente en el símbolo de la Shekinah era la vida y sentido de la adoración.

El santuario celestial es el gran modelo original y fue erigido por Dios. Orienta nuestra fe hacia la gran Shekinah viviente, Aquel que fue entregado por el Padre a la raza caída, que adoptó nuestra forma humana y será portador de ella por siempre y siempre: Cristo el Señor.

 

Referencias Bibliográficas

  1. Elena G. White, Patriarcas y profetas (U.S.A.: Pacific Press Publishing Association, 1995), p. 70.

  2. “Una espada encendida ” [Gén 3:24], Comentario bíblico adventista del séptimo día (CBA), ed. Francis D. Nichol, trad. Víctor E. Ampuero Matta (Mountain View, California, U.S.A.: Pacific Press Publishing Association, 1990), 1: p. 248.  

  3. Marcos Terreros, Teología sistemática concisa para laicos, pastores y estudiantes (Colombia: Ediciones MARTER, s.f.), p. 374.

  4. Salim Japas, Cristo en el santuario (U.S.A.: APIA, 1980), p. 13, 14.

  5. White, Patriarcas y profetas, p. 360.

  6. ________, Profetas y reyes, p. 13.

  7. W. Shaw Caldecott, y James Orr, “Temple”, International Standard Bible Encyclopedia (ISBE) en CD-ROM (U.S.A.: Books for the Ages, 1997), 10: p. 152.

  8. Jacques B. Doukhan, Secrets of Daniel (U.S.A.: Review and Herald Publishing Association, 2000), p. 142.  

  9. Diccionario bíblico adventista del séptimo día, 1990, ver “Templo”.

  10. White, Profetas y reyes, p. 439.

  11. Asociación General de los Adventistas del Séptimo Día, Creencias de los adventistas del séptimo día (Colombia: APIA, 1988), p. 362.

  12. Richard Rice, Reign of God (U.S.A.: Andrews University Press, 1997), p. 329.  

  13. White, El Evangelismo, p. 165.

  14. ________, En los lugares celestiales, p. 264.

  15. ________, El Gran Conflicto, p. 488.

  16. Ibíd., p. 668. 

  17. Asociación General de los Adventistas del Séptimo Día, Handbook of Seventh Day Adventist Theology, Vol. 12 (U.S.A.: Review and Herald Publishing Association, 2000), p. 395-403.

  18. Rice, p. 331.

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