El Pacto de Dios

El autor(a) Luis A. Amador Morales, al momento de redactar este trabajo era estudiante del Seminario Teológico Adventista de Cuba.

Categoría: Artículos, Estudios, Investigaciones

¡Un pacto! Cuán solemne impresión trae esta idea a la mente, una mezcla de responsabilidades y compromisos que se hacen ineludibles en el círculo cerrado de las partes contrayentes. Tal vez, hasta recordamos aquella escena de personajes literarios, que tanto niños como adolescentes imitan, donde dos amigos cortan en sus dedos y los juntan mezclando la sangre como una garantía de su indisoluble acuerdo.

En las Sagradas Escrituras el término “pacto” se traduce del hebreo “berith” y del griego “diatheke”, para designar un contrato entre hombres o entre Dios y los hombres. Aquellos pactos antiguos solían ser de dos clases:

  1. Entre iguales: Existía un acuerdo mutuo entre las partes involucradas en cuanto a condiciones, privilegios y responsabilidades.

  2. Entre un señor y un vasallo: El señor especificaba las condiciones, privilegios y responsabilidades de las partes, y el vasallo se sometía a las condiciones impuestas.

A través de la Biblia el término pacto describe, generalmente, la relación entre Dios e Israel; era un típico pacto como el segundo descrito anteriormente. Por su parte, Dios prometía bendecir a su pueblo, darle la tierra de Canaán, revelarle su voluntad, enviarle el Mesías y usar a la nación como instrumento escogido de salvación. Del otro lado, el pueblo debía obedecer implícitamente y cooperar con los requerimientos divinos.1

Cronología del Pacto

Al hacer un sondeo histórico apreciamos momentos especiales que nos dan una visión comprensible de este contrato divino-humano: El Pacto de la Gracia.

El Pacto antes de la creación

El plan de nuestra redención no fue una reflexión ulterior, formulada después de la caída. Fue una revelación “del misterio que por tiempos eternos fue guardado en silencio” (Romanos 16:25). Fue una manifestación de los principios que desde edades eternas habían sido el fundamento del trono de Dios. Desde el principio Dios y Cristo sabían de la apostasía de Satanás y de la caída del hombre seducido por el apóstata. Dios no ordenó que el pecado existiese, sino que previó su existencia, e hizo provisión para hacer frente a la terrible emergencia. Tan grande fue su amor por el mundo que se comprometió a dar a su Hijo Unigénito “para que todo aquél que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna”. 2 El Pacto de la Gracia no se desarrolló después de la caída; aún antes de la creación en los miembros de la deidad habían pacto entre ellos que rescatarían la raza humana si caía en pecado. Pablo se lo hace ver a Timoteo al decirle: “... la gracia que nos fue dada en Cristo Jesús antes de los tiempos de los siglos...” (2 Timoteo 1: 9). Jesús sería el fiador y ejecutor de ese pacto (Hebreos 7: 22);3 Pedro lo destaca diciendo: “... ya destinado (Cristo) desde antes de la fundación del mundo, pero manifestado en los postreros tiempos por amor de vosotros...” (1 Pedro 1: 20). Con este pacto se demuestra el infinito amor que Dios siente por la humanidad.4

El Pacto en el momento de la caída

Dios le impartió esperanza a la pareja antes que cualquier castigo al decirle a la serpiente: “Y pondré enemistad entre ti y la mujer, y entre tu simiente y la simiente suya; ésta te herirá en la cabeza, y tú le herirás en el calcañar”. Así prometió que por la intervención de su gracia, la relación entre el hombre y Satanás quedaría quebrantada, y la senda se abriría para volver a lo que había sido antes: perfecta relación entre el Creador y sus criaturas. 5

El Pacto en renovación

Tristemente la humanidad rechazó el Pacto de la Gracia tanto antes como después del diluvio (Génesis 11: 1- 9),6 sólo Noé se hizo partícipe del mismo, y por él su familia (Génesis 9: 12, 15, 16).7 Luego, cuando Dios ofreció nuevamente el pacto lo hizo por medio de Abraham, y afirmó otra vez la promesa de redención: “En tu simiente serán benditas todas las naciones de la tierra, por cuanto obedeciste a mi voz” (Génesis 22: 18; 12: 3; 18:18).8 Esa promesa dirigía los pensamientos hacia Cristo... confió en Cristo (Abraham) para obtener el perdón de sus pecados.9 Llegó a ser efectivo para el patriarca y su descendencia.10

El Pacto en el Sinaí

Se le conoce como el Antiguo Pacto o Viejo Pacto, y fue establecido entre Dios e Israel en el Sinaí. Allí el Redentor de Israel le anunció al pueblo por medio de Moisés: “Ahora, pues, si diereis oído a mi voz, y guardareis mi pacto, vosotros seréis mi especial tesoro sobre todos los pueblos...” (Éxodo 19:5). Aunque ya se había confirmado el Pacto Eterno con Abraham fue necesario este otro pacto con Israel en el Sinaí; la nación había sufrido siglos de esclavitud y en Egipto estaba rodeada de un ambiente saturado de idolatría y corrupción. Los israelitas habían perdido el conocimiento de Dios y el sentido de su santidad, habían olvidado el espíritu del pacto hecho con Abraham; sus corazones estaban llenos de pecado y debían sentir la necesidad de un Salvador.11 La reacción del pueblo fue de justificación, no por la fe, sino por obras; se creyeron suficientes para cumplir las ordenanzas de Dios (Éxodo 19: 5-8; 24: 3-8). Pero semanas después vemos los sucesos del becerro de oro al pie del monte; las promesas no valieron de nada. Aun así Dios permitió que siguieran intentando guardar la ley para que se dieran cuenta de su incapacidad para hacer lo que se habían creído capaz de hacer, y para orientar la confianza de la nación de sí mismos hacia Aquél que los libertó de la esclavitud en la tierra de Egipto. 12

El Nuevo Pacto

Después de siglos de infidelidad a su compromiso de cooperar con Dios, el pueblo de Israel fue liberado del pacto y se le dejó ir en cautiverio como señal de que sus provisiones ya no estaban en vigencia (Jeremías 11: 1-16).13 Pero aun antes del exilio Dios habían enviado mensajes proféticos prometiendo que regresarían, y una oferta de restauración completa bajo un Nuevo Pacto. Bajo el pacto nacional hecho en el Sinaí todo Israel falló miserablemente. Las diez tribus apostatas, largamente distantes del santuario y de la teocracia, ya habían sido barridas. Ahora el remanente, el reino de Judá, estaba siendo llevado al cautiverio, y la línea real de David perdería el trono hasta que viniera el Mesías. En esta hora oscura Dios envió, por medio de Jeremías a Judá, y por Ezequiel a los exiliados en Babilonia, mensajes similares de un Nuevo Pacto, un Pacto Eterno (Jeremías 31: 31-34; Ezequiel 37: 19-28).

El propósito de este pacto era capacitar para obedecer, pues el corazón humano es incapaz de hacerlo por sí mismo. Este Nuevo Pacto no es más que la salvación por la gracia a través de la fe, recibiendo al Espíritu Santo que nos capacita para andar en nueva vida. Es el Evangelio del Nuevo Testamento en el corazón del Antiguo Testamento. 14

¿Por qué se le llama Nuevo Pacto, si era el mismo Pacto de la Gracia que había sido establecido con los patriarcas? Tres razones nos ayudan a entenderlo:

  1. Por la infidelidad de Israel el Pacto Eterno se había olvidado, y cuando Dios procuró renovarlo parecía algo totalmente nuevo (Jeremías 31: 33-34).

  2. Implicaba una nueva revelación en la persona de Jesús (Hebreos 8: 6-13).

  3. Sería ratificado con la sangre de Cristo en la cruz (Lucas 22: 20). 15

El pacto hecho con Abraham fue ratificado mediante la sangre de Cristo, y es llamado el “Segundo” Pacto o “Nuevo” Pacto porque la sangre con la cual fue sellado se derramó después de la sangre del primer pacto. 16

Al rechazar y crucificar a Jesús, el pueblo judío renunció al pacto y fue rechazado como el pueblo escogido; entonces los privilegios de la relación de pacto fueron transferidos al Israel espiritual: La Iglesia Cristiana. 17

Aquellos que aceptan vivir en la atmósfera de este pacto reciben los preciosos beneficios del cielo: el perdón gratuito de los pecados, la obra preciosa del Espíritu Santo en sus vidas formando la imagen de Dios en el hombre, la justicia de Jesús y la experiencia de la justificación por la fe. Nuestro mundo necesita a gritos la esperanza; la única que tiene consiste en aceptar la invitación de amor que el magnífico y sublime Dios le hace de entrar a en una relación de pacto; entonces seremos adoptados como hijos y heredaremos el reino de los cielos. 18

Antiguo Pacto versus Nuevo Pacto

Criterios de Comparación

Antiguo Pacto
(Éxodo 19: 3-5, 8)

Nuevo Pacto
(Jeremías 31: 31-33)

Tipo de Pacto

Bilateral

Bilateral

Pactantes

  1. Dios

  2. Pueblo de Israel

  1. Dios

  2. Israel, Judá y después la Iglesia (Israel espiritual)

Compromiso

  • (Dios): “... seréis mi especial tesoro...” (versículo 5) “... me seréis un reino de sacerdotes y gente santa...” (versículo 6)

  • (Israel): “Todo lo que Jehová ha dicho, haremos”. (versículo 8)

  • (Dios): “Daré mi ley en su mente, y la escribiré en su corazón... seré a ellos por Dios...” (versículo 33) “...perdonaré la maldad de ellos...” (versículo 34)

  • (Israel): “me serán por pueblo”.

Señal

El sábado

Sábado: “sello de Dios” (Apocalipsis 9:4)

Cualidades del Pacto

Defectuoso:
“... si aquél primero hubiera sido sin defecto...” (Hebreos 8:7)

Mejor:
“…un mejor pacto...” ( Hebreos 8:6)

Lugar de la Ley

Tablas de Piedra:
“... dos tablas del testimonio, tablas de piedra...” (Éxodo 31:18)

Corazón:
“... pondré mis leyes en la mente de ellos, y sobre su corazón las escribiré...” ( Hebreos 8 10)

Sangre

De animales:
“... sangre de... becerros y... machos cabríos...” (Hebreos 9:19)

De Cristo:
“Esta copa es el Nuevo Pacto en mi sangre...” (Lucas 22:20)

 

Referencias Bibliográficas

  1. Horn, Siegfried. H. Diccionario Bíblico Adventista del Séptimo Día. Asociación Casa Editora Sudamericana, 1995, pág 879.

  2. White, Elena. G. El Deseado de Todas las Gentes. Pacific Press Publishing Association. Interprise, 1995, Págs 13, 14.

  3. Creencias de los Adventistas del Séptimo Día. Asociación Publicadora Interamericana, 1988, pág 108.

  4. Ibíd, pág 109.

  5. Ibíd, pág 107, 108.

  6. Ibíd, pág 109.

  7. Horn, Siegfried. H. Diccionario Bíblico Adventista del Séptimo Día. Asociación Casa Editora Sudamericana, 1995, pág 879.

  8. Creencias de los Adventistas del Séptimo Día. Asociación Publicadora Interamericana, 1988, pág 109.

  9. White, Elena. G. Patriarcas y Profetas. Pacific Press Publishing Association. Interprise, 1995, Pág 387.

  10. Horn, Siegfried. H. Diccionario Bíblico Adventista del Séptimo Día. Asociación Casa Editora Sudamericana, 1995, pág 879.

  11. White, Elena. G. Patriarcas y Profetas. Pacific Press Publishing Association. Interprise, 1995, Págs 388.

  12. Nichol, Francis. D. Comentario Bíblico Adventista del Séptimo Día. Tomo I. Pacific Press Publishing Association, 1978, pág 606.

  13. Horn, Siegfried. H. Diccionario Bíblico Adventista del Séptimo Día. Asociación Casa Editora Sudamericana, 1995, pág 879.

  14. Seventh Day Adventists Answer Questions on Doctrine. Washington D.C.: Review and Herald Publishing Association, 1957, págs 220, 222.

  15. Creencias de los Adventistas del Séptimo Día. Asociación Publicadora Interamericana, 1988, pág 109, 110.

  16. White, Elena. G. Patriarcas y Profetas. Pacific Press Publishing Association. Interprise, 1995, Págs 387.

  17. Horn, Siegfried. H. Diccionario Bíblico Adventista del Séptimo Día. Asociación Casa Editora Sudamericana, 1995, pág 879.

  18. Creencias de los Adventistas del Séptimo Día. Asociación Publicadora Interamericana, 1988, pág 110.

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