El autor(a) Dr. J. Francisco Stout de la Universidad Adventista de Montemorelos.
Categoría: Artículos, Estudios, Investigaciones
La música es una de las expresiones más hermosas del ser humano, al igual que la palabra. Estos dos componentes del lenguaje traducen la interioridad del hombre. Su interacción no es tan sólo psíquica, sino también física, pues el sonido, al igual que el pensamiento, se transmite mediante ondas que producen una respuesta en las personas. De esta manera, el hombre llega a ser lo que piensa y lo que piensa está poderosamente influenciado por la palabra y la música.
Patrick L’Echevín declaró: “La música es el arte más comunicativo; el único que permite traducir el dolor del cuerpo o del alma sin describirlo, pues es un lenguaje universal”. De ahí que la música traduzca al hombre en su totalidad.
Max Shoen, sostenía que “la música, tiene efectos medidos y definidos sobre el cuerpo y la mente, es el estímulo más poderoso conocido entre los sentidos preceptivos”.
Los atributos y efectos de la música en la formación de valores en el ser humano no son descubrimientos hechos por los musicólogos y científicos modernos, sino que datan de tiempos remotos.
De los antiguos hebreos sabemos que su gran líder, Moisés, más de 1,400 años antes de Cristo instruyó a los educadores israelitas para que musicalizaran las palabras de la ley de Dios, con el propósito de reforzar el proceso enseñanza-aprendizaje de los valores que ellos consideraban formativos para las nuevas generaciones. De esta experiencia se comenta:
"Mientras los niños mayores tocaban instrumentos musicales, los menores marchaban y cantaban en concierto el cántico de los mandamientos de Dios. En los años subsiguientes retenían en sus mentes las palabras de la ley, que aprendieron durante la niñez” (White, 1995; la cursiva es nuestra).
“Aristóteles mantenía que la música imitaba directamente una pasión o estado de ánimo, como la bondad, la ira, el valor, la temperancia y sus oponentes. De aquí que cuando uno escucha la música que imita cierta pasión, uno se sature de la misma pasión. Si por largo período de tiempo y en forma habitual la persona escucha esa música que despierta pasiones innobles, su propio carácter se convertirá en innoble” (Stefani, 1993).
Platón y Aristóteles, en sus respectivas tesis, La república y La política, contribuyeron a la influyente doctrina griega del ethos, que dio a la música una función sin paralelo en la formación del carácter, ya que esta podía:
Estimular la acción.
Fortalecer o debilitar la voluntad.
Estimular al oyente hasta el punto de llevarlo a un estado de éxtasis más allá de sí mismo.
Howard Hanson, quien fundó la Escuela de Música Eastman, es citado por Blanchard (1991) al hablar del efecto de la música en el carácter de la siguiente manera: “La música es un arte curiosamente sutil con innumerables y variadas connotaciones. Está formada por varios ingredientes y de acuerdo con los propósitos de estos componentes, puede ser suavizante o vigorizadora, ennoblecedora o vulgarizante, filosófica u orgiástica. Tiene poder tanto para lo malo como para lo bueno”.
La música merece ocupar un lugar importante dentro de la educación del carácter, pues es una fuente enriquecedora de valores. La adecuada combinación del ritmo, la melodía y la armonía propicia la elevación del potencial cultural de la persona. Por otra parte, la música desarrolla en el ser humano las capacidades sensoriales y psíquicas, así como todo el potencial de su personalidad. Por lo tanto, como educadores, no deberíamos perder de vista el valor del canto y la música como un medio para el desarrollo integral del educando.
Seis formas en que la música afecta el desarrollo del carácter del educando o del que se somete a ella, según Elena G. de White (1987), son su:
Poder para elevar o degradar.
Poder para subyugar naturalezas rudas e incultas.
Poder para avivar el pensamiento.
Poder para despertar simpatía.
Poder para promover armonía de acción.
Poder para desvanecer la melancolía y el presentimiento que destruyen el valor y el esfuerzo.
No es extraño que a la música se le asigne el papel de ayudar al hombre a hacer descubrimientos sobre el significado de la vida (Hamel, 1973); ya que desde el punto de vista epistemológico y humano, la música provee una avenida hacia la verdad y el conocimiento.
A la luz de estos postulados, enmarcada en el proceso de la formación integral del individuo, el área musical no puede considerarse aislada de las restantes áreas educativas. En su organización, metodología y objetivos se ha de tener necesaria y equilibrada interrelación con las demás áreas que rigen este proceso. Desde el punto de vista axiológico, y en el marco filosófico de una educación integral, el proceso educativo estaría incompleto sin el desarrollo de las facultades estéticas o artísticas, no con vista a la formación de futuros artistas, sino pensando en los valores eminentemente formativos que su práctica implica para toda persona culta o cultivada.
Georges Duhamel, quien es citado por Siegmeister (1980), declaró: “La música constituye una forma excelente de ejercicio intelectual y emocional; la música es una disciplina para la voluntad y merece, por lo tanto, un lugar de honor en cualquier sistema educativo, en la educación cívica, social y religiosa”.
Es probable que no haya ninguna otra actividad humana que sea tan generalizada, que impacte, modele y determine tanto el comportamiento como la música y que a la vez haya sido tan descuidada en el proceso educativo.
Las investigaciones en este terreno han encontrado el tipo de música más efectivo para el logro de objetivos determinados, pues al modificar tono, armonía, ritmo, volumen, timbre y tiempo, todo un conjunto de procesos corporales puede ser afectados. Y estos a su vez pueden influir sobre nuestras emociones y estado de ánimo y pueden afectar el comportamiento e inclusive la toma de decisiones (Stefani, 1993).
Es altamente significativo descubrir como educadores que la música produce su impacto en la porción del cerebro que registra las emociones, sensaciones y sentimientos sin pasar necesariamente por los centros cerebrales que involucran la razón y la inteligencia. En otras palabras, la música puede tener un impacto en nosotros sin que nos demos cuenta.
El impacto subconsciente y no condicionado de la música es evidente en estudios realizados por la ciencia médica en infantes prematuros. Por ejemplo, la revista Prevention, en el número de junio de 1999, informó: “Cuando la Canción de cuna de Brahms fue prescrita para los recién nacidos, los resultados fueron impresionantes. Los niños subían de peso más rápidamente y podían salir del hospital en promedio una semana antes que los bebés que no escuchaban la música, lo que permitía ahorrar 4,800 dólares por niño”.
La influencia de la música en la toma de decisiones fue puesta de manifiesto en un estudio sobre compras impulsivas, realizada por la Universidad de Loyola en Chicago, la cual demostró que las ventas de un supermercado fueron 38,2% más altas cuando se escuchaba una música suave por los pasillos, que cuando se tocaba música similar pero más rápida.
Una de las compañías que más se interesa en la investigación de aplicaciones no recreativas de la música es la compañía australiana Muzak. En uno de sus folletos se hace la siguiente afirmación: “Guiados por una Junta de Asesores Científicos, hemos producido programas que incluyen música para mejorar la habilidad de aprendizaje y el desarrollo de los estudiantes”.
La evidencia del poder de la música sobre el ser humano es abrumadora, y como educadores con una filosofía integral es nuestro deber reconocer que la naturaleza de la música es tal, que puede ser una herramienta eficaz en el desarrollo de los valores estéticos y morales, que podemos inculcar en nuestros educandos si es sabiamente usada. Por tal razón recomendamos:
A los maestros, informarse e investigar cómo la música puede ayudarlos para entrar a una nueva dimensión en el proceso enseñanza-aprendizaje.
A los directivos del área educativa:
Mantener en la escuela un ambiente musical adecuado en ciertos momentos, como al entrar a clases, durante el receso o al salir del aula.
Estimular y apoyar la formación del coro de la escuela.
Fortalecer las clases de arte con un fuerte programa de apreciación musical.
Promover eventos culturales como conciertos y recitales didácticos.
A los padres, promover un ambiente adecuado de buena música dentro del hogar.
A los medios masivos de comunicación, tener espacios con programaciones musicales como conciertos de alto valor cultural y programas de apreciación musical.
Bibliografía consultada
Blanchard, John. El rock invade a la iglesia. Evangelismo y música. Barcelona, España, Editorial Ebenezer, 1991.
Gretchen L. Finney. Musical Background for English Literatura. 1580-1650.
Hamel, Paul. The Christian and his Music. Washington, D.C., Review and Herald Publishing Association.
L’Echevin, Patric. Musique et Médecine. Stock Musique.
“Musak... in Offices”. Folleto Publicitario de Musak, una compañía teleprometer de Australia.
Mereaux M. y Bence L. Guía muy práctica de musicoterapia. Editorial Gedisa. 1990.
Schoen, Max. The Pschology of Music.
Robert E. Orenstein y David S. Sobel. “Getting a Dose of Musical Medicine”. Prevention. Núm. 41, Junio de 1999.
Siegmeister, Elie. Música y sociedad. Bogotá, Editorial Siglo XXI, 1980.
Stefani, Wolfgan. “¿Pero qué no es sólo música?”. Dinámica, enero-junio de 1993.
Stout, Francisco. Filosofía y música. Montemorelos, N.L., Universidad de Montemorelos, 1996.
Torres, Carol A. y Louis R. Notas sobre música. Arkansas, EEUU, Creation Enterprises Internacional, 1992.
Vandor, Ivan. “The Role of Music in the Education of Man: Orient an Occident”. The World of Music. Núm. 22, 1980.
White, Elena G. La educación. México, Asociación Publicadora Interamericana, 1987.
__________. La voz, su educación y uso correcto. Colombia, Asociación Publicadora Interamericana, 1995.
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