Categoría: Historias Infantiles
Catalina se había levantado temprano esa mañana. Después de desayunar, se dirigió a su lugar de meditación; el puente, en el cual se sentaba frecuentemente para oír al Señor hablarle por medio de las aves, de las flores y del agua cristalina del arroyo que acariciaba sus piececitos. Sabía que el Señor Jesús le hablaba por medio de la naturaleza.
En ese momento estaba pensando en lo bueno que es Jesús cuando de pronto oyó la voz de Anita que la llamaba, mientras corría hacia ella. "¡Mamá quiere que te des prisa en llegar a la casa, vamos a visitar a la tía Carmen y pasaremos el fin de semana en su casa! Mañana iremos a la iglesia con ella". Anita parecía muy entusiasmada con la idea. La tía Carmen vivía sola en una casa muy grande y cómoda, rodeada de árboles frutales y hermosos jardines que ella cuidaba con esmero. Además tenía dos perros de raza y un gato de angora, también una pecera con peces de lindos colores.
Sin duda alguna iban a pasar un estupendo fin de semana. Al llegar a la casa y después de asearse, las niñas recogieron algunos juguetes y los pusieron en un bolso. Llevaban también sus lecciones de la iglesia. Mamá y papá por su parte también empaquetaron lo necesario para el fin de semana, sin olvidar sus Biblias subieron al carro y media hora después llegaban a casa de la tía Carmen que les esperaba muy contenta. Después de disfrutar de una sabrosa cena, papá y mamá se sentaron en la sala para hablar con la tía mientras las niñas jugaban con el gato. A la puesta del sol, todos se reunieron para recibir el santo sábado. Cantaron bellos himnos acompañados, al piano por la tía Carmen. Papá leyó varios pasajes de la Biblia; oraron y finalmente se fueron a descansar ya que debían levantarse muy temprano pues la iglesia quedaba algo retirada de la casa.
Al salir el sol a la mañana siguiente todos comenzaron a prepararse para ir a la iglesia, ya que deseaban llegar a tiempo. Cuando el padre detuvo el carro frente al templo, las bellas notas de un himno de alabanza al Señor se dejaban escuchar. Las niñas fueron conducidas a sus respectivas clases por una persona muy amable. Catalina se sentó junto a otra niña que le sonrió, mientras le ponía una mano en el hombro en señal de bienvenida.
La maestra de la clase les mostró algunas conchas y caracoles del mar, los cuales había traído de una playa en que había estado días atrás. Como los niños de esa iglesia vivían lejos del mar, no los conocía, de modo que estaban muy interesados y atentos a la maestra. Ella les contó sobre los animales y plantas del mar, les mostró algunas láminas y explicó cómo Dios nos habla a través de todas esas cosas. También les dijo que durante su visita a la playa había conocido a unos niños que recogían conchas y caracoles y los vendían a los visitantes y después llevaban el dinero a la iglesia para ayudar a algunas personas. Todo el programa de ese día fue muy hermoso y Catalina se sentía feliz de haber asistido el sábado a la iglesia.
Ya de regreso a la casa las niñas no dejaban de hablar de lo felices que se habían sentido de compartir con otros niños en la iglesia las historias bíblicas y las lecciones de la naturaleza. Estaban muy emocionadas y agradecidas de Dios por haberles dado el sábado como día especial.
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